De los gatos y el amor

Estoy contenta. Ha venido Pancracio, el viudo de Sustos. Se ha puesto en la ventana, como siempre, a esperar comida. Está flaco, sucio y con señales de peleas. El precio a pagar por los excesos de la primavera. No sé si se preguntará dónde está Sustos; por qué no sale. Tuvieron una relación de unos cuatro años porque Sustos solo iba con él. No sabe que volvió una noche a casa, se echó a dormir y ya no despertó. No le puedo decir que me gusta creer que el alma de Sustos está en alguna parte y que allí la volveremos a encontrar.

Recuerdo otras parejas que vivieron en casa; familias felinas, caninas. Si algún fundamentalista obtuso lee esto, ¿en qué casilla las pondría?¿Familias con problemas? O tal vez se opondría a que las llame familias. Una familia es, para ese tipo de trastornados, un hombre con una mujer y su prole. Dijo el dios de esa gente: «creced y multiplicaos», lo que les hace entender que una pareja que no puede reproducirse no es una pareja normal. Para ellos, el fin de la cópula es la reproducción y no puede ser otra cosa. Como la cópula entre perros, gatos, vacas, caracoles.

Un día, hace muchos años, cuando mi mente era una esponja nueva que todo lo absorbía, alguien me dijo que el sexo entre seres humanos debía ser la consecuencia del amor. Me lo creí, me lo sigo creyendo. Después lo he repetido muchas veces, a mi hijo, a mis alumnos, en conversaciones con amigos. Algunos interpretan que es una concepción estrecha, limitante. A mi me pareció infinita porque el amor es infinito. Mi madre contribuyó a grabarme esa idea en el alma. Repetía con frecuencia la frase de San Agustin: «Ama y haz lo que quieras».

La Iglesia pronto comprendió el peligro de unas palabras que abren todas las puertas para que el alma vuele con absoluta libertad. Enseguida surgieron los comentaristas cerrando por aquí y por allá puertas y compuertas. El texto de Agustín no dice «quieras», dice «quieres», puntualizan y a eso le sacan punta para decirnos cómo se debe querer. Como si a la voluntad le importara el subjuntivo o el indicativo. «Ama y haz lo que quieras» parece justificarlo todo, cierto. Pero no se trata de una coartada, a menos que uno quiera engañarse a sí mismo. Porque la condición previa para hacer lo que uno quiera es amar  y el amor no acepta definiciones a conveniencia.

La pregunta ¿Qué es el amor?, solo encuentra respuestas parciales. Esfuerzo inútil preguntarlo porque el amor que cabe en una definición no puede ser amor. El amor no cabe en parte alguna, ni siquiera en la mente. Es indefinible como la existencia. Existe en el que ama y solo terminaría con la muerte si es que la muerte termina con todo. Pero si el alma es eterna, también será eterno el amor.

¿Qué tendrán los gatos que instigan a filosofar? Pancracio me ha metido en un jardín en el que estaría horas dando vueltas. Pero hoy es sábado y toca artículo. Además, sé que por vueltas que diera, no llegaría a ninguna parte. El amor no se puede meter en la horma de la prosa. Siendo infinito, solo la infinitud de la poesía permite comunicar la emoción del uno para que la viva la emoción del otro.

Así que antes de ponerme a trabajar, os dejo mi poema de amor favorito.

How do I love thee? Let me count the ways.  de Elizabeth Barrett Browning (1806-1861)   (traducción abajo)

I love thee to the depth and breadth and height
My soul can reach, when feeling out of sight
For the ends of Being and ideal Grace.
I love thee to the level of everyday’s
Most quiet need, by sun and candle-light.
I love thee freely, as men strive for Right;
I love thee purely, as they turn from Praise.
I love thee with a passion put to use
In my old griefs, and with my childhood’s faith.
I love thee with a love I seemed to lose
With my lost saints, — I love thee with the breath,
Smiles, tears, of all my life! — and, if God choose,
I shall but love thee better after death.

¿Cómo te amo? Déjame contar  las maneras.

Te amo hasta la profundidad, la amplitud, la altura

que mi alma puede alcanzar cuando busca a tientas,

más allá de la vista,

el fin del ser y de la Gracia ideal.

Te amo al nivel

de las necesidades diarias más  calladas,

junto al sol y a la luz de una vela.

Te amo libremente,

como luchan los  hombres  por lo  justo.

Te amo con la pureza

con la que se rechazan los elogios.

Te amo con la pasión  de mis dolores viejos,

con la fe de mi infancia.

Te amo con el amor que creí haber perdido

cuando perdí a mis santos.

Te amo con la respiración,

las sonrisas,  las lágrimas de toda mi vida

Y, si así Dios lo quiere,

aún te amaré más después de muerta.

Feliz sábado. Un abrazo